Oct 19, 2023
Por Alejandro Cruz*
Conocí a Janet Mae Johnson en febrero de 1975, cuando leyendo la tradicional sección “policiales” del Diario Los Andes, contemplé la horrorosa fotografía de su cadáver. Pasados todos estos años, aún me pregunto cómo pudo publicar el diario más conservador de la provincia, aquella foto directa de una persona muerta, teniendo en cuenta también el contexto social de la época, tan lleno de eufemismos y gambetas idiomáticas, cuando se trataba de hablar o escribir sobre temas escabrosos. La censura campeaba en todos los ámbitos entonces.
Lo cierto es que aquella foto me impactó sensiblemente, y me impidió dormir un par de noches, grabándose para siempre como uno de los recuerdos más espantosos de mi niñez. Un año antes se había estrenado con gran suceso “El exorcista”, que también fue un duro golpe para mis endebles cimientos religiosos, cuando le pregunté a mi madre si aquello podía ser cierto, y ella, como en un susurro, me respondió “sí”. En fin, cosas de aquellos años turbulentos y violentos, que como pasantes de una puerta vaivén, tienden a entrar y salir impunemente.
Mi psiquis, con buen criterio, fue tapando esa desagradable añoranza con otras capas de vivencias más o menos corrientes, felices algunas y otras no tanto. Pero cada vez que se produce una charla, cuando veo una crónica o leo artículos sobre andinismo, vuelve a mí la imagen perturbadora de Janet Mae Johnson momificada, en un sitio ubicado apenas unos metros antes de la cumbre del Aconcagua, el objeto de su obsesión, de sus desvelos, que la condujeron a una muerte misteriosa.
Cuando llegó a Mendoza junto a un grupo de montañistas norteamericanos, en enero de 1973, contaba con 37 o 38 años de edad. Cuenta la leyenda que no era muy avezada en temas de escalamiento de grandes macizos, pues tan solo un año antes había comenzado su entrenamiento para salir de Denver, Colorado, donde trabajaba como maestra en una escuela pública. Las razones reales de su obsesión con hacer cumbre en el Aconcagua, se desconocen y, como siempre, solo llegan crónicas agitadas con vientos de habladurías, como la que afirma que un desengaño amoroso la dejó sumida en una depresión tan profunda, que su familia temía por su vida ante las intenciones suicidas que comenzó a manifestar. Nada de eso se probó nunca.
Pero la falta de experiencia como escaladora la suplía sobradamente con su fortaleza física. Medía casi dos metros, pesaba unos 100 kg y era una rubia robusta y risueña, que dejaba ver una sonrisa amplia de dientes perfectos. Era una mujer ciertamente masculina, con un pelo dorado muy corto, que gastaba anteojos ovales de carey negro, gafas que le daban un aire intelectual a su físico de basquetbolista.
Arribó al Hotel Nutibara, como dije, el 17 de enero de 1973, y era la única fémina de un grupo de ocho montañistas. Eran profesionales, como el jefe de la expedición, Carmie Defoe, que era abogado; había un policía, un psicólogo, un médico, un ganadero y un estudiante de geología, personas que tenían como hobby oneroso el montañismo, muy “american style” por cierto, que pertenecían al “Mazamas Club” de la ciudad de Portland, estado de Oregón. De todos ellos, haré especial hincapié en John Cooper, ingeniero espacial de la NASA, ya que será protagonista también de esta desgraciada historia. Pero antes de entrar de lleno a esa crónica, hubo un detalle que la tuvo como protagonista en el hotel y que causó más de un comentario –ruborizado y con tintes de rancia moralina- pues Janet se refrescó en la piscina del Nutibara completamente desnuda. Me gusta imaginar las caras de los huéspedes viendo ese cuerpo portentoso en todo su esplendor, mostrando su humanidad sin ningún prejuicio.
Más allá de la anécdota, la expedición partió hacia su objetivo el 19 de enero. Iba con ellos un experimentado guía llamado Miguel Alfonso, testigo principal de la tragedia, aunque no estuvo presente cuando las muertes de Johnson y Cooper se produjeron. Ascenderían por el Glaciar de los Polacos (pared este del cerro).
De esos ocho expedicionarios, solo cuatro llegaron a los 6200 metros, el resto se vieron afectados por las típicas descompensaciones provocadas por la extrema altura. Ante las importantes bajas producidas en el grupo, el guía Alfonso propuso posponer el ascenso en atención a la gravedad del estado de salud de la mitad de la expedición. Pero los cuatro que aún estaban en condiciones físicas se negaron, especialmente Janet, quien mostraba un tesón y un empecinamiento notables, obsesiva con hacer cumbre.
Miguel Alfonso descendió entonces con los que no se hallaban en condiciones. Cuando fue en busca de los cuatro valientes que habían continuado su ruta solos, encontró a dos de ellos, Mc Millen (ganadero) y Zeller (policía); estaban en un completo estado de delirio, ciego uno, casi ciego el otro. Las declaraciones que hicieron a la policía en el llano, nunca pudieron ser tomadas en cuenta, pues eran básicamente relatos de personas alucinadas por la altura, la soledad y el frío. Solo balbucearon que Cooper y Johnson estaban muertos, y que ésta última había sufrido una serie de caídas que terminaron de postrarla sin poder recuperar sus bríos, que el primero en desertar había sido Cooper, y que, a 60 metros de la cumbre, cayeron varias veces, caídas que Janet ya no pudo superar.
Así las cosas, estos seis sobrevivientes regresaron a Estados Unidos, y sobre los dos presuntos muertos cayó un manto de misterio. A petición de la familia de Cooper, Miguel Alfonso organizó una expedición de rescate que dio con el cuerpo del infortunado ingeniero en noviembre de 1973, diez meses después de su fallecimiento. El cuerpo momificado fue descendido en helicóptero, y costó realizar su autopsia, pues el grado de congelamiento era sumo. La última postura antes de morir, fue tomarse con su brazo izquierdo el abdomen. Efectivamente ahí, en esa zona, tenía una herida de arma blanca, diez centímetros arriba del ombligo, y señales de golpes severos en la cabeza. Encontraron también su diario personal, en el que no trataba bien a Janet, de la que dijo “es extraña, poco atractiva, que no se lleva bien con nadie de la expedición…”, en otro párrafo expresa “en un momento me preguntó si me gustaría ser enterrado en la montaña, mientras reía de una forma que me heló la sangre…”
Mi “amiga” Janet fue hallada el 9 de febrero de 1975, cerca del lugar donde encontraron a su compañero de infortunio. Allí estaba, tan larga como era, de cúbito dorsal, mostrando su rostro de momia ennegrecido por el frío y el viento, del que sobresalían sus perfectos dientes, más blancos que nunca por el contraste. Tenía el brazo izquierdo quebrado a la altura del hombro, y numerosos golpes en el rostro, propios de caídas…o de instrumentos contundentes. Era de tal magnitud el mal tiempo, que la expedición decidió volver por ella en condiciones más favorables para realizar el duro trabajo de descender el cuerpo. Hicieron un rústico enterratorio con piedras, anotando en un bidón de plástico el nombre de Janet sobre la montaña de peñascos que cubrían piadosamente su cadáver. Casi un año después, en marzo de 1976, regresaron por ella, pero era tan gruesa la capa de hielo que se había formado alrededor del cuerpo, que a duras penas la desenterraron casi completa. El “casi” se refiere al pequeño detalle de la mano izquierda, la extremidad del brazo quebrado de Janet, que no pudo ser desenterrada de la capa de hielo, por lo que terminaron de dislocar el brazo, y allí quedó, a la espera de ser restituido al cuerpo de la desventurada “teacher”. En aquel tiempo no había internet, satélites, maphs ni nada por el estilo, por lo tanto, no fue difícil ocultar el detalle del brazo huérfano que quedó en las alturas.
La inhumaron en el “Cementerio de los Andinistas”, ubicado en Mendoza, a 14 kilómetros de la frontera con Chile y a pocos metros de la Ruta Nacional 7, en un sitio rodeado por picos nevados. Janet había repetido muchas veces que su deseo era ser enterrada en la montaña, y pues su voluntad se cumplió a rajatabla, sabe Dios si a su pesar.
Las necropsias no fueron bien ejecutadas, los testimonios no fueron tenidos en cuenta por haber sido dichos por personas que sufrieron severos trastornos físicos y mentales al momento de tomarles la declaración pertinente. Fueron estos testigos los que dijeron que Cooper llevaba consigo mil dólares en efectivo entre sus ropas, que nunca fueron encontrados. Pero no hay certeza de lo dicho por estos sujetos alucinados y cegados.
El acto final de esta pieza macabra, digna de la pluma de Horacio Quiroga, ocurrió también un 9 de febrero, pero de 2020, un mes antes de la no menos macabra pandemia en Argentina. Una expedición que se hallaba en el trajín de escalar al gigante, encontró el brazo de Janet, junto con su cámara de fotos Nikomat (25 exposiciones se habían realizado), que fue enviada a Estados Unidos para que en laboratorios especializados se intenten recuperar las fotografías; su mochila con equipo completo. Su reloj pulsera se había detenido a las 2:32 (o quizá 14:32). Sus reliquias fueron bajadas y tuvieron cristiana sepultura junto al resto del cadáver.
El resto es todo leyenda, toda bruma, como la tormenta de nieve o hielo que tuvieron que padecer tanto ella como Cooper. ¿se golpearon de tal manera que ella, más alta y más fuerte, alcanzó a clavarle un piolet en el vientre? ¿fue tan tenaz la defensa del ingeniero que, aún malherido, logró provocarle severas heridas en la cabeza a su contrincante femenina, que aceleraron su muerte? ¿alguien puede pensar en robar mil dólares estando a metros de alcanzar la cumbre del Aconcagua? ¿puede ser? También pudo tratarse de una pelea entre dos personas alucinadas, que veían una realidad deformada o inexistente, lo que provocó que se atacaran salvajemente… o simplemente cayeron y se rompieron la crisma.
Ya nunca se sabrá. Lo que sí sé es que yo me debía un “exorcismo” de esa imagen perturbadora que me aterrorizó tanto de chico. Algún día tenía que enterarme más detalles, porque en aquel lejano 1975, los diarios publicaron estupideces tan enormes como enorme es el cerro Aconcagua. Y todo eso a pesar de que nunca se enteraron que un brazo de la maestra de Denver quedó allá arriba…
Ahora te dejo Janet. Nadie reclamó nada tuyo. En mi caso, sólo reclamé saber más para no tener que soñarte tan desagradable. Por lo demás, deseo sinceramente que descanses en paz.
* Alejandro Cruz es historiador.
11 de octubre de 2023.