Oct 22, 2024
Es el martes 13 de febrero de 1945, martes de carnaval. Mientras en Sudamérica se celebra con los corsos y demás tradiciones de cada región, en Alemania es un carnaval sombrío y helado. Pocos chicos se disfrazan en Dresde, la única ciudad que no ha recibido las bombas aliadas como presente las pasadas Fiestas.
Dresde es conocida como “la Florencia del Elba”, porque fue siempre un centro de cultura y residencia de grandes artistas. De hecho, luce grandes monumentos, edificios, como el de la ópera, calles que fueron pintadas por artistas de todas las escuelas, desde el clasicismo hasta el expresionismo, como Ernst Ludwig Kirchner.
Esa noche, sin embargo, en ese carnaval apagado, todos los espectáculos están suspendidos, excepto uno: el circo. Y no es un circo cualquiera, es el más famoso que dio Dresde al mundo, el Circo Sarrasani. Es martes, martes 13, carnaval helado, que ya presiente la ceniza del miércoles por venir, en más de un sentido como se verá; y, sin embargo, las gradas del gigantesco circo están repletas, la gente necesita distenderse, divertirse en medio de esa guerra atroz, la “totaler Krieg” que se acerca a su fin. Lo saben todos, lo quieren todos, menos un hombre gris que habita un bunker en Berlín.
Se han sucedido todos los números, equilibristas, payasos, bailarines, músicos, ya llega la hora del espectáculo central, el que todos esperan, ya está en la pista la mujer esbelta y bella, vestida como un hada, que dirige una tropilla de hermosos caballos blancos, los “lipizzanos”, que danzan al son de valses vieneses. Ella tiene largas varas, nunca los castiga, con esas varas dirige sus pasos armoniosos. El hada tiene nombre y apellido: Gertrude Kunz Stosch-Sarrasani, o simplemente la querida y admirada “Frau Trude”, la joven dueña del Sarrasani tras enviudar de su marido, hijo del fundador de la troupe.
De pronto suenan alarmas, sirenas estridentes que distraen a todos, niños, mujeres, varones, caballos y a la propia Frau Trude. Hay alarma de bombardeo. Los habitantes de Dresde están acostumbrados a esas alarmas, todas falsas. Saben que en esa ciudad hermosa no hay objetivos militares, no hay fábricas ni instalaciones con armamento. Por eso, tras la sorpresa inicial, continúan impávidos viendo el espectáculo del Sarrasani. Pero Frau Trude interrumpe el número, pide un micrófono y les dice que el show terminó. “Vayan a los refugios, vienen aviones con bombas, por favor, lamento esto, pero despejen el circo, corran por sus vidas”. De mala gana los espectadores van saliendo. Son las 21:30 horas. Martes 13. Helado. Tenebroso.
Apenas han salido y ya cae una lluvia de bombas de demolición que hacen estallar vidrios, vuelan techos, destrozan cuerpos. Desde las 21:15 la Royal Air Force (RAF) ha iluminado con bengalas el objetivo: Dresde. Apagadas las bengalas, el fuego de la ciudad ardiendo es la única luz infernal que alumbra el apocalipsis. Frau Trude y sus artistas se han guardado bajo el sótano del Sarrasani. Milagrosamente sobrevivirá a esa primera oleada de bombas, y también a la segunda, más terrible y destructiva, cuando lluevan las bombas de fósforo blanco, que creará un verdadero huracán de fuego que pareciera proviene del mismo averno. Si la primera oleada destrozó los cuerpos humanos, la segunda los desmaterializará, calentando el aire a 1200 grados.
El miércoles 14, de ceniza literalmente, Frau Trude puede contemplar lo que fue Dresde, que ahora se ha convertido en una montaña informe de ruinas, cenizas y cadáveres calcinados. Camina lento entre la desolación, enfundada en su tapado. Hace frío, hay olor a carne quemada, a putrefacción y el aire está viciado por las llamas que no terminan nunca de extinguirse, ni siquiera de la calle, hasta el suelo arde como una eterna tea. Un perro solitario se cruza en su camino: un ser vivo buscando a alguien, igual que ella, que tiene los ojos arrasados por las lágrimas, y siente que el frío le zahiere el pecho, hasta llegar al alma. Mira al cielo esperando respuestas de algún otro alguien que le explique porqué. Pero no puede distraerse mucho, pues en el cielo aparecen otros aparatos alados que traerán más destrucción. Es el bombardeo diurno que le toca a la U.S. Air Force. Vuelan bajo y ametrallan lo que queda de construcciones y personas. Frau Trude, como un juguete maltratado del destino, logra escapar a la metralla, que se prolonga por 20 minutos más. Ahora sí, todo ha terminado. Todo. De Dresde no ha quedado nada, solo gente enloquecida vagando a la deriva, algunos soldados de la Wehrmacht, ocupados en apilar cadáveres en un gigantesco aparato metálico parecido a una parrilla, donde van a ser quemados totalmente por los lanzallamas, para evitar epidemias. Desolación, locura, fuego y más fuego, la muerte y la ruina se erigen triunfantes.
Frau Trude contempla lo que antes fue su amado circo. Nada queda de él, sólo hay cenizas y restos diminutos de hierros retorcidos. En Alemania todo ha terminado para ella. Lo sabe y medita cómo huir de ese escenario de horror, porque el fin de la guerra parece ahora más lejano que nunca.
Y recuerda las giras exitosas del Sarrasani por el mundo. Recuerda que el mayor éxito lo obtuvo en Sudamérica, más concretamente en Argentina, ese remoto país del fin del mundo que los recibió dos veces con los brazos abiertos, del que regresaron llenos de fama y gloria. Ese país donde hasta un poeta llamado Discepolín los citó en un tango. “Es Argentina, no hay otro lugar mejor” medita. Es una mujer de acción, de decisiones rápidas y operativas. Se irá a Argentina y reconstruirá el circo. Y lo logra.
…
En 1948 Frau Trude ya está en Argentina, y ha refundado el Sarrasani. Alguien, ese alguien que ella buscaba en el cielo plomizo de Dresde reducido a cenizas, ha aparecido. Y si Frau Trude era el hada del circo, esa persona ahora se le figura a ella como un hada. Es una mujer rubia, con el pelo peinado hacia atrás, con rodete, solidaria con todos, especialmente con las mujeres de carácter como Frau Trude. Es una mujer joven que de niña pudo ver al Sarrasani en su pueblo, en Junín, y ahora es la benefactora de otra mujer que está dispuesta a renacer de las cenizas como el Ave Fénix. Sólo le pide una condición: que rebautice al Sarrasani, y le ponga por nombre “Gran Circo argentino Sarrasani”. Gertrude Stosch- Sarrasani le debe todo, porqué se habría a negar a eso, si el hada rubia le ha devuelto la vida, las ganas. Y serán grandes amigas, juntas planificarán veladas solidarias para chicos humildes, Frau Trude podrá vivir una vida sin apuros, comiendo todos los días, viajando por toda Argentina. Será una de las que más llorará la muerte de la mujer rubia en 1952, desconsoladamente, como si otra bomba espantosa se la hubiera arrebatado.
Pero la vida seguirá, viajará otra vez por el mundo con su hermosos lipizzanos, dando espectáculos de primera calidad, hasta su retiro de las pistas en 1973. Nunca regresará a Alemania; desde que pisó Argentina, ésta será su patria que querrá como si hubiera nacido allí.
El destino de Frau Trude estaba ligado al circo, que aún hoy continúa por el mundo repartiendo alegría y solaz para multitudes. Vivió mucho tiempo en Quilino, Córdoba, donde enviudó por segunda vez. Su vida fue larga, como su bondad y talento.
Murió en 2009, a los 96 años, contemplando las aguas de San Clemente del Tuyú, en su amada Argentina, que la recibió con los brazos abiertos, secando sus lágrimas y los recuerdos horrorosos de aquel espantoso martes 13, martes de carnaval, frío, helado, tenebroso.
Impresionante como todos los textos de Alejandro, siempre dando un giro totalmente inesperado y llenando de asombro al lector.
gracias por tan bonita historia