El 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas ingresaron al campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, el mayor de los creados por el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y liberaron a más de siete mil prisioneros que -pese a no poder mantenerse en pie por la desnutrición, las enfermedades que los dejaron agónicos- lograron sobrevivir al hacinamiento, las torturas y el trabajo forzado ideado por el régimen de Hitler, quien puso en práctica con mortífero éxito su “solución final”.
En memoria, el 1 de noviembre de 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó esa fecha como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas de Holocausto, a través de la resolución 60/7.
Esta guerra es considerada el mayor conflicto que la humanidad jamás hubiera experimentado, pero más allá de las atrocidades que le fueron propias (murieron entre 50 y 70 millones de personas) cuando una administración alemana se estableció en Polonia, los judíos y las minorías (homosexuales, gitanos, presos políticos y afrodescendientes), consideradas “indeseables” por ser ajenas a los ideales del régimen nazi, fueron arrestados y trasladados a los campos de concentración donde se orquestó un plan de aniquilación racial.