Nov 27, 2018
Un proyecto sorpresivo descontrola las variables poniendo a la sociedad mendocina en una olla de presión. Los representantes del pueblo funcionales a la política del siglo pasado, insisten en gobernar basados en la obtención de rentas de poca creatividad y ningún valor agregado. Se basan obviamente en la idea decadente con la que se mimetizan: algunas vidas tienen valor y otras no, la idea núcleo de la necropolítica.
Gobernantes esterilizados por una política enmohecida y sin sustancia, han perdido el sentido de qué es lo que le conviene a largo plazo a estas tierras mendocinas. Un oscurantismo repentino empuja a las calles nuevamente a un pueblo de montaña y desierto, a un pueblo que a inicios de este siglo ha reafirmado su identidad en el empoderamiento y la lucha por el agua. No es poca cosa que una provincia irradie su diferenciación por haber sabido cómo ganar batallas ante la presión voraz del extractivismo a ultranza. La identidad de la Mendoza actual está cimentada en la defensa de sus bienes naturales, forjada en las calles las más de las veces sin el convite de la academia pero muy nutrida porlos saberes de su pueblo. No son tantos los pueblos que logran tener un motivo de orgullo, por eso resulta tan llamativo que la mirada de esa rancia política no logre percibir el enorme carácter simbólico intangible de esa construcción social y pretenda ir por ella.
Queriendo justificarse en una debilidad económica sospechada incluso de ser provocada, se infiltran abusivas políticas ambientales con metodologías contaminantes más propias del siglo pasado. Como en un traslúcido huevo de serpiente, se ven avanzar pactos nocturnos realizados por políticos con ligamentos reblandecidos, que ceden ante la presión del poder sin rostro y salen a vender la espuma del saqueo como si fuera la medicina que la comunidad ansía para vencer el desempleo que no saben superar. La enfermedad les nubla la vista al punto que sólo pueden ver de cerca, pero muy de cerca, casi hasta la distancia donde les llega la mano.
Esta anacrónica forma de hacer política es la enfermedad misma. Provoca la pérdida de soberanía sobre nuestro cuerpo tierra, hace que no podamos decidir sobre nuestra salud, que perdamos nuestra capacidad de regulación, nuestra homeostasis. Esa forma de hacer política llevará a que, como un tumor inducido, esas descontroladas explotaciones sólo puedan tener efectos destructivos. La necropolítica metastatiza, gangrena, se expande, quita todo, deja nada. Estos políticos que la practican, ya no encajan en los diagnósticos y soluciones que requiere el Siglo XXI.
Mientras exista la 7722, la Mendoza hiperendeudada y afiebrada tiene la oportunidad de seguir pujando -aunque debilitada- entre dos modelos de desarrollo posibles: uno extractivista con un repunte marcado que será inevitablemente seguido en pocas décadas por una caída abrupta dejando sólo un triste pasado, y uno productivista que requerirá tiempo, conocimiento, imaginación y esfuerzo, pero sostenible, y que sólo podrá dejar riqueza, futuro, soberanía y comunidades saludables.
Ante tamaña presión de la necropolítica que se resiste a desaparecer, lo que un sanador bien formado para este siglo aconsejaría, es primero equilibrar el cuerpo hasta que pueda recuperar su dominio, su soberanía y su autocontrol. Tomar decisiones drásticas sobre el territorio como si Mendoza estuviera fuera del contexto del calentamiento global es propio de una política desorientada por la enfermedad, séptica, deshidratada, arrítmica, débilmente apoyada en la incapacidad de análisis de sus gobernantes y en una llamativa insensibilidad que lleva inevitablemente al descarte de los más vulnerables, dañando la salud de pueblos y tierras.
Nuestros políticos necróticos se muestran obedientes al poder y sólo promueven la concentración de la riqueza en unos pocos, cada vez más pocos, aceptando sin rebelarse que nuestras decisiones soberanas están en realidad dictadas por actores internacionales que deciden quién debe vivir y quién debe morir atendiendo a criterios estrictamente económicos. Así, la Mendoza nacida de una tradición ficcional exquisita, enfrenta políticos anacrónicos y de poca creatividad, incapaces de diversificar su pensamiento y por ello sus acciones.
Mendoza en su lucha por la 7722 enfrenta una crisis vital, la que trae en sus entrañas el Siglo XXI. O nuestra provincia acepta la propuesta tanásica de gobernantes y legisladores que funcionan con códigos del siglo pasado, o nos encaminamos definitivamente hacia la nueva era como lo requieren los tiempos. Sólo será posible que la economía de Mendoza crezca sostenidamente si esto no conlleva un decrecimiento ecológico, eso ya lo sabe el mundo.
Estamos obligados a dejar atrás esa acumulación necrótica que deja a su paso la desaparición de identidad, de especies, de territorios, de nuestras culturas, y entrar de lleno a las nuevas prácticas que este siglo requiere, las de la Política de la Vida, las de la Biopolítica en su sentido más amplio y original.
Debemos elevar la mirada y buscar un proyecto de provincia que nos dé entusiasmo colectivo, que se apoye indefectiblemente en nuestra identidad, que planteemos una producción diversa basada en la ecología de nuestros saberes, en la ampliación del conocimiento y en la incorporación de tecnología para el beneficio soberano de nuestro pueblo.
La autora es investigadora independiente, médica veterinaria, ecóloga médica y especialista en manejo de áreas propensas a
desastre. Líder OPS para Salud, Desastres y Desarrollo- Actualmente dirige la Fundación Pedemonte fundacionpedemonte@live.com
La imagen es del ilustrador Pablo Pavezka.