Ene 30, 2023
Dice el que escribe eternamente. Dice “Georgie” Borges en su Poema Conjetural: Pisan mis pies la sombra de las lanzas / que me buscan. Las befas de mi muerte, / los jinetes, las crines, los caballos, / se ciernen sobre mí… Ya el primer golpe, / ya el duro hierro que me raja el pecho, / el íntimo cuchillo en la garganta.
Fue en Godoy Cruz cuando todavía era San Vicente. Fue cuando ya Tomás Godoy Cruz, siete años antes, había sido gobernador de Mendoza -durante dos años-. Habían pasado doce años de la partida de San Martín con su Ejército Libertador. Ocurrió ciento ocho años antes de que un grupo de vecinos crearan el Club Godoy Cruz, el Tomba. Allí en la esquina de Armada Argentina y el Carril Cervantes se unen los tiempos. Hoy hay una plazoleta bien cuidada, pero con un monumento a un ignorado y a la vez recordado prócer descolonizador. Un busto vandalizado y las letras de las placas memoriosas erosionadas por los aguaceros y los zondas cercanos. Así y todo, se puede leer que el homenajeado fue importante en la Historia Argentina y que allí murió sin paz.
En ese campo del Pilar dos sanjuaninos lucharon por la “libertad” de acuerdo a sus mandatos y pensares. “Unitarios” le llamaban y ahora se autodenominarían “libertarios”. Pelearon contra los “populistas” del gobernador mendocino, Felix Aldao, el fraile que antes acompañó a San Martín en la gesta libertadora, él sus seguidores se autopercibían y se llamaban “federales”. Aldao salió al cruce de la invasión unitaria encabezaba por Cornelio Moyano (el mismo del museo). Fue un día de septiembre de 1829 cuando el campo estalló en sangre.
A uno de los dos sanjuaninos, el más veterano, lo mató un lanzazo y su cabeza rodó por degollamiento. Eso contaron los testigos de la carnicería del Pilar. El otro muy joven, se salvó y lo escribió para que otros lo cuenten. El primero fue Francisco Narciso de Laprida y el otro Domingo Faustino Sarmiento. Uno declaró la Independencia y el otro diseñó el país.
El historiador Carlos Campana en su crónica narración tira el lazo, salva y trae al presente al teniente Sarmiento unitario nacido dieciocho años atrás. “Yo salí del campo del Pilar después de haber visto morir a mi lado al ayudante Estrella y haber ultimado, uno de los nuestros, a un soldado enemigo que me cerraba el paso, mientras bregábamos con la lanza y el sable con que yo había logrado herirlo. Salí por entre los enemigos, por una serie de peripecias y de escenas singulares, entrando en espacios de calle en que nosotros éramos los vencedores, para pasar a otro en que íbamos prisioneros. Más allá, los hermanos Rosas de partidos contrarios, se disputaban un caballo; adelante me junté con Joaquín Villanueva, que fue luego lanceado, reuniéndome con José María, su hermano, que fue degollado tres días después, y todos estos cambios de situación se hacían al andar del caballo, porque el vértigo de vencedores y vencidos que ocupábamos en grupo de media legua en una calle, apartaba la idea de salvarse por la fuga» se lee al sanjuanino controversial y con destellos de genialidad.
Muy claramente Borges (el mismo del laberinto) como heredero de esa historia, y de Sarmiento, se encarga de sobrevivir a Laprida, logra desterrarlo del olvido. Aunque nunca encontraron el cuerpo mutilado, el admirado Georgi conjeturó lo que le pasó por dentro al jurista y circunstancialmente sargento sanjuanino. Una poética cámara subjetiva, montada en la vista desesperada del independentista, corriendo como naufrago por las olas polvorientas y enrojecidas. Allí en los mismos espacios donde hoy vecinos y vecinas del Batalla del Pilar, del barrio, caminan, viven, ríen y lloran.
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí… Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
Bellísima nota. Un justipreciado análisis del incomparable Borges, que gracias a la lírica (sólo suya) evoca y visibilizar una pagina sangrienta de la sangrienta historia de nuestra identidad. Bello, muy bello texto nos deja una vez más, JJorge Fernández Rojas. Gracias.